Durante años, cuestionar al sistema médico era motivo de censura.
No explícita. No con carteles ni amenazas visibles. Pero sí real: bastaba con hacer preguntas incómodas para quedar afuera. Para ser tildado de “anticientífico”, “alternativo” o, peor aún, “peligroso”.
¿Qué pasó con la libertad de pensamiento en medicina?
La pandemia expuso algo que muchos venían sintiendo hacía tiempo: que la medicina se había vuelto un sistema cerrado, vertical, acrítico.
Un lugar donde las preguntas se castigan y las respuestas se dictan.
Y sin embargo, la paradoja es evidente: ¿cómo puede avanzar una ciencia que no permite la duda?
Hablar de medicina no es solo hablar de neurotransmisores, hormonas o inflamación.
Es hablar de cómo se enseña, cómo se ejerce y cómo se financia la salud.
Y en ese punto, el sistema médico tradicional tiene límites evidentes:
Esto no es conspiración. Es estructura.
Y como toda estructura, puede —y debe— ser cuestionada.
Cada vez más médicos, odontólogos, farmacéuticos, bioquímicos y veterinarios se están animando.
No desde el enojo. No desde la negación de la ciencia. Sino desde el compromiso.
Compromiso con el paciente. Con la salud real. Con el saber profundo.
Y también, con una formación diferente: más integrativa, más crítica, más humana.
En EIMO creemos que formar profesionales no es repetir manuales, sino despertar conciencia.
Porque cuando un profesional de la salud piensa por sí mismo, todo cambia:
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