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¿Y si el verdadero origen del Hashimoto no está en la tiroides… sino en el intestino?

Durante décadas, el abordaje médico de la tiroiditis de Hashimoto se resumió en una fórmula simple:
Detectar TSH elevada → prescribir levotiroxina → controlar cada seis meses.
Caso cerrado.

Pero el problema es que el caso no está cerrado.

Miles de pacientes diagnosticados con Hashimoto siguen sintiéndose mal a pesar del tratamiento correcto.
Y lo más preocupante es que muchos profesionales siguen considerando eso “normal”.


El síntoma que no encaja: cuando la clínica contradice al laboratorio

Cansancio, niebla mental, caída del cabello, dolor articular, intestino irritable.
Pacientes que llevan años con síntomas difusos, que ya pasaron por endocrinólogos, neurólogos y psiquiatras. Que ya están con la dosis “adecuada” de T4… pero no mejoran.
Y nadie puede explicarles por qué.

¿Cómo llegamos al punto de ignorar al cuerpo solo porque el análisis da "bien"?

La respuesta es incómoda:
Porque la medicina aprendió a mirar funciones aisladas y órganos desconectados.
Y en esa lógica, la tiroides se convirtió en una glándula que regula el metabolismo y nada más.


El intestino como eslabón perdido

Sin embargo, desde la inmunología y la microbiología hace tiempo que se viene advirtiendo algo clave:
Las enfermedades autoinmunes no se inician en el órgano blanco, sino en el sistema inmune.
Y buena parte de ese sistema está en el intestino.

La disbiosis intestinal (desequilibrio de la flora) y el aumento de la permeabilidad intestinal (leaky gut) están presentes en una enorme proporción de pacientes con Hashimoto, incluso en ausencia de síntomas digestivos.
Eso significa que la inflamación que activa la autoinmunidad puede comenzar mucho antes de que la tiroides dé señales.


La inflamación invisible

El problema es que esa inflamación de bajo grado no se ve en una analítica de rutina.
No se mide con TSH ni con anticuerpos antitiroideos.
Es una inflamación silenciosa, persistente, sistémica. Y muchas veces empieza años antes del diagnóstico.

En lugar de preguntarnos por qué el TSH subió, deberíamos preguntarnos qué alteró al sistema inmune.
Y en lugar de prescribir T4 como única respuesta, deberíamos pensar cómo desactivar la causa de fondo.


¿Estamos listos para dejar de mirar solo la glándula?

No se trata de negar la levotiroxina ni de demonizar a la medicina convencional.
Se trata de hacerle justicia a la complejidad del cuerpo humano.
De abandonar el reduccionismo que encierra al paciente en una etiqueta, y recuperar una mirada sistémica, biológica, clínica y humana.

Porque si hay algo que está claro es que Hashimoto no empieza en la tiroides.
Empieza mucho antes.

Y si no nos animamos a mirar más allá, lo vamos a seguir tratando tarde, mal… o nunca.


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